Hay vestidos que se diseñan.
Y hay vestidos que simplemente ocurren.
El de Andrea fue uno de esos.
Gracias, Andrea, por confiar en nosotras para vestir uno de los días más importantes de tu vida. Gracias por hacerlo con la misma naturalidad con la que entra la luz por una ventana abierta. Y gracias, sobre todo, por traer contigo una historia que va mucho más allá de la costura.
Nos conocemos desde antes incluso de que yo decidiera estudiar moda. Hemos compartido caminos, decisiones, momentos importantes. Así que cuando me dijiste que querías que hiciéramos tu vestido de novia… supe que no era solo una prenda. Era una extensión de ti. Una forma de abrazarte sin palabras.
El resultado fue una silueta luminosa, de líneas puras y mangas etéreas.
Un diseño que no grita, pero deja sin palabras.
Elegante, sutil, imponente.
Justo como Andrea.
En cada prueba, ella caminaba como si ya estuviera en su día.
Y cuando se puso los zapatos aquella mañana, en aquella habitación de madera antigua, el vestido ya no era solo nuestro: era suyo.
Las imágenes lo cuentan mejor que cualquier texto.
Cada perla, cada costura, cada pliegue ha sido trabajado a mano, en el taller, con la calma que merece lo que se hace con amor.
La puntada invisible. La tela que baila al caminar. El detalle que solo entiende quien se fija.
Nos emociona compartir este proceso. Porque detrás de un gran vestido no solo hay técnica: hay emoción, respeto, paciencia y escucha.
Este vestido no es solo un capítulo en nuestro cuaderno de diseños.
Es un símbolo de por qué hacemos lo que hacemos.
De por qué creemos en la costura a medida, en el lujo lento, en lo que perdura.
Andrea, gracias por permitirnos ser parte de tu historia.
Por caminar con nosotras desde mucho antes de vestir de blanco.
Por ser, simplemente, tú.